En esta foto podemos ver a mis padres Teodosio y Nicolasa, en una foto de la época. En realidad no sé que ha pretendido el fotógrafo, pero a mi madre se la puede ver mucho más sonriente sin las gafas que con ellas.
De ti me queda una toquilla que en estos días de invierno siempre utilizo para protegerme los hombros que es mi punto débil. Y un abrigo que guardo con nostalgia, pero que nunca me pongo.
También me quedan tus azotes en el culo con la zapatilla, tus regañinas a padre y a mi porque él siempre andaba en las nubes y yo poco a poco me iba contagiando. Eras nuestra más fiel realidad siendo padre y yo muy cómplices cuado hablábamos de ti.
Desde que murió él, casi siempre vivimos juntas y yo no sé si lo hice porque me sentía culpable por querer tanto a padre o porque en realidad también te quería a ti. Quizá por las dos cosas, pues mi relación contigo siempre fue ambivalente.
Supiste por la pérdida de un hijo, en la mejor de su vida, - tenía veintitrés años- , ser silenciosas, valerosa, resignada y cinco años después también se fue tu marido porque era mucho más débil que tú y como ya habías perdido todas las lágrimas, no pudiste llorar.
El mayor andaba por Chile, un país tan lejano que sólo conocías el nombre y así sólo te quedaban para hacerte compañía en tu dolor: el hijo que siempre te adoró y una chica adolescente llena de rebeldía.
Fueron dos años muy duros de quedarte sola en el pueblo. Los vecinos te ayudaban en tus penas y atribulaciones sin saber qué hacer, qué rumbo tomar en este pueblo de Pardilla donde fuiste sirvienta y en el que te casaste y tuviste tres hijos y una hija que vino, cuando ya nadie la esperaba.
Más tarde tu traslado hasta Madrid, ciudad que visitaste con padre, que yo recuerde, tan sólo una vez. Fueron años duros de adaptación arrastrando una gran pena. Pero como siempre hiciste, te acomodaste a las circunstancias que la vida te imponía.
Te evoco en los primeros años enfadada, después ya más tranquila, con tus nietos y conmigo y cuando llegó la hora de tu muerte, lo hiciste despacito y en silencio.
-Se está apagando como una vela – Me dijo el médico que te asistía aquí, en Velilla.
Un ocho de noviembre de 1992, dejaste de de existir. Mi casa siguió siendo tu refugio cuando nos diste a Rafael y a mi tu último adiós. Para Victoriano fue tan grande el dolor que no pudo verlo.
Aún tengo tu toquilla que en invierno tanto uso y un abrigo que nunca quiero tirar y esa sensación de que en vida no te quise lo suficiente y sin embargo aunque te fuiste con casi noventa años, estuve un tiempo añorándote y pensando que podías haber vivido más.
Luz del Olmo
(Mi madre, Nicolasa Veros, el pasado 6 de diciembre habría cumplido los 111 años. Este texto lo escribí dentro de un libro que hice para mi familia, con mis últimas investigaciones sobre nuestro origen)