Sigo con mi interpretación de los cuentos de Óscar Esquivias
Cuando era pequeña me gustaba ir a los entierros con EL JOVEN DE GOREA que dicen venía de una isla que existía en tierras muy lejanas. A los dos nos admiraba la quietud y la soledad de los muertos. Nos atraía de forma muy especial, el que siempre tuviesen los ojos cerrados e imaginábamos que debían andar perdidos por otros mundos donde no era necesario ver y mucho menos mirar.
Luisa, al llegar a Borisov, ya sabía que le estaba esperando una cena de bienvenida. No era la primera vez que visitaba la Rusia Blanca. En esta ocasión, había dejado a su marido en España y se fue a dar aquel curso de literatura española con su amigo Roberto. Al llegar al aeropuerto de Minsk le estaba esperando con un ramo de flores, Ludmila Triatiacova.
Después de resolver algún que otro percance, llegaron a la cena con cierta puntualidad donde todos les esperaban, para compartir el ritual, del discurso, la bebida de un trago de vodka en los vasos pequeños, el comer, cantar y bailar, para otra vez repetir el discurso, bebida...... hasta las altas horas de la noche de aquel verano caluroso del mes de agosto.
Al terminar el feliz encuentro, decidieron dormir los amigos más íntimos en la dacha situada a la orilla del río Berezina, después de pasar aquellos caminos y bosques llenos de abedules. Igor, el marido de Ludmila, se hizo el despistado y se oía en el silencio de la noche el trasiego de pasos que iban y volvían por la estancia abierta donde estaban colocadas las camas. Era tal el dolor de cabeza que tenía Luisa que le fue imposible dormir.
A la mañana siguiente, Ludmila le propuso a Luisa entrar en la sauna que se encontraba a dos pasos de la dacha y allí las dos desnudas se empezaron a acariciar la una a la otra con una especie de hierba que parece era muy bueno para la piel, después fueron sus manos las que acariciaban según iban recitando poemas, de esta forma Luisa pudo olvidarse de la resaca del día anterior.
Al comprobar Luisa que la noche del nuevo día estaban invitados a casa de Mijail, le dijo a su amiga Ludmila:
- Hoy para cenar, desearía beber zumo de abedul.
- Tus deseos son órdenes para mí. ¿ No quieres vodka, ni samagón?
-No. No quiero sentirme como EL PRINCIPE HAMLET DE MTSENSK.
Luz del Olmo