Escondido en sí mismo, miró el mundo desde lejos y quizás percibió en toda su amplitud, agresividad y competencia.
Se quedó sin salir y no quiso coger la seductora y afectuosa mano que lo llamaba y más de una vez lo acarició con ternura, calor y suavidad.
Su respuesta fue frialdad y distanciamiento.
Y ese mundo en el cual no quiso entrar, empezó a investigar ¿por qué?
Nacieron miles de teorías por causa, a veces, del narcisismo del propio investigador. Otras fue un interés muy particular que un día le llegó a aquel que quiso saber. La mayoría de las veces, simplemente ocurrió. Era atractivo y sugerente el tema:
“ No preocuparse de los otros, quedándose solo viviendo para sí”
Los más cercanos, impotentes e indefensos lloraron su incomunicación. Lo aceptaron como era y mantuvieron la esperanza en los estudiosos del tema y ante todo en ellos mismos, pensado que un día, al fin, lograrían pasar el muro.
Mientras tanto, el llamado “autista”, sigue ahí, mirándonos desde lejos, sin dejarse penetrar. Sin saber qué ocurre dentro, porque él nunca lo dijo.
Quizás, ese trocito de “autismo”, al que todos nos abrazamos, ocupen en él o ella, un lugar más amplio que en el resto de los demás hombres a quiénes llamamos “normales”.