Para hermanarme con el confinamiento, he decidido leer Robinson Crusoe, de Daniel de Foe y en su página 116, escribe:
Durante este confinamiento a causa de la lluvia trabajé diariamente dos o tres horas en ampliar mi cuerva, y gradualmente fui desviándome hacia un lado, hasta que volví a salir de la colina por un costado, e hice allí una puerta o salida que quedaba más allá de la cera o muro, y así podía entrar y salir por este camino. Pero no me sentía cómodo así tan al descubierto, porque tal como había ingeniado las cosas al principio, me hallaba dentro de un recinto perfecto, mientras que ahora me sentía expuesto y abierto a cualquier cosa que cayera sobre mí. Sin embargo, seguía sin poder descubrir algo vivo a lo que temer, puesto que el animal más grande que había visto hasta entonces en la isla era una cabra.