Tengo costumbre al emprender algún viaje, sea corto o largo, de llevar en el bolso un libro de poemas, y, así sucedió en el verano de 1984, cuando nos decidimos a viajar hasta Chescoslovaquia. Por aquellos años, este país andaba bajo la bandera comunista y todavía, no se había dividido en dos.
Al llegar a la frontera, dejando Austria, ya nos dimos cuenta que estábamos saliendo de la Europa democrática. La espera en la entrada no fue muy larga, pues solo nos juntamos con un coche de la República Federal de Alemania, que por cierto, no le dejaron pasar. El examen de nosotros, incluido el coche, fue lento, pormenorizado y exhaustivo. Al final y después de comprobar que éramos una familia española con dos niños de corta edad y que todos nuestros papeles de visados y pasaportes estaban en regla, porque lo más peligroso que llevábamos eran las sartenes para hacer nuestros guisos en el camping, nos dejaron pasar.
Otra historia para contar es su estancia allí, pero en especial quiero relatar cómo fue la salida, porque al llegar a la dichosa frontera, recuerdo muy bien que estuvimos cinco horas esperando en una amplia cola de coches que se extendían a través de una gran alambrada llena de militares uniformados. Fue entonces, al ver el panorama, cuando salí de nuestro Renault rojo, para sentarme en algún adoquín, creo recordar , y leer este libro de Francisco Brines, que ya antes me había regalado mi hermano Rafael para la Navidad de 1979, cinco años después de su publicación.
Pasado el tiempo, tuve la oportunidad de conocer en Rivas Vaciamadrid, al poeta valenciano, con motivo de la presentación de la Revista Prima Littera, nº 6, que dirigían por aquellos años de los 90, Arturo Ledrado y José Luis Morante y poderle contar esta historia que acabo de dejar por aquí. Por supuesto llevaba el libro leído en la frontera Ensayo de una despedida y esta fue su dedicatoria:
El ejemplar lo tengo subrayado por varias páginas en bolígrafo. Ahora sigo haciendo lo mismo pero con lápiz, porque ya una vez tuve problemas. Os dejo algunas de sus páginas.
Como no hay dos sin tres, por una extraña casualidad, creo que fue ya en los años 2000, cuando en el Colegio Mayor Virgen de África, acudí a una cena donde Francisco Brines era el invitado principal y no sé el porqué, pues no estaba previsto de ninguna forma, acabé a su lado teniendo una estupenda conversación. Además de poeta y por ello, estoy convencida, también es un gran filósofo. En lo que no estuvimos de acuerdo fue la pasión que tiene por los toros, que me quiso convencer, pero la verdad, no lo consiguió.
Siempre supe que se merecía todos los premios que ha conseguido: Premio Adonais, Premio de la Crítica, Nacional de Poesía y el Cervantes de este 2020.
ENHORABUENA.